Nasrudín estaba sin trabajo y preguntó a algunos amigos a qué profesión podía dedicarse. Ellos le dijeron: – Bueno, Nasrudín, tú eres muy capaz y sabes mucho sobre las propiedades medicinales de las hierbas. Podrías abrir una farmacia.
Se fue a casa, pensó en ello y dijo: – Sí, es una buena idea, creo que soy capaz de ser farmacéutico. Claro que Nasrudín estaba pasando por uno de esos momentos en los que deseaba ser muy prominente y muy importante: – No voy a abrir solamente un herbolario o una farmacia que se ocupe de hierbas, voy a abrir algo enorme y a producir un impacto significativo.
Compró una tienda, instaló las estanterías y vitrinas, y cuando llegó el momento de pintar el exterior colocó un andamio, lo cubrió con sábanas y trabajó detrás de él. No le dejó ver a nadie qué nombre le iba a poner a la farmacia, ni cómo estaba pintando el exterior.
Después de varios días, distribuyó folletos que decían: «La gran inauguración es mañana a las nueve». Todas las personas del pueblo y de los pueblos de los alrededores vinieron y se quedaron de pie esperando frente a la nueva tienda. A las nueve en punto salió Nasrudín, y con gesto teatral quitó la sábana que cubría la fachada de la tienda, y había allí un enorme cartel que decía:
«FARMACIA CÓSMICA Y GALÁCTICA DE NASRUDÍN», y debajo, con letras más pequeñas: «Armonizada con influencias planetarias».
Muchas personas quedaron muy impresionadas, y él hizo muy buenos negocios ese día. Por la tarde, el maestro de la escuela local fue y le dijo: – Francamente, Nasrudín, esas afirmaciones que usted hace son un poco dudosas. – No, no, – dijo Nasrudín -. Todas las afirmaciones que hago acerca de influencias planetarias son absolutamente ciertas: cuando el sol se levanta, abro la farmacia y cuando el sol se pone, la cierro.
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