En el pueblo donde vivía el maestro Haukin, una joven se quedó embarazada. Su padre la presionó para que revelara el nombre de su amante y al final, para escapar del castigo, la joven dijo que era Hakuin. El padre no dijo nada más, pero cuando nació el niño se los llevó a Hakuin, se lo arrojó y le dijo:
-Parece que éste es tu hijo -agregando toda clase de insultos-.
El maestro sólo dijo:
-¡Oh!, ¿es así? – y tomó el bebé en sus brazos-.
A partir de este momento, a donde quiera que iba, llevaba el bebé consigo, envuelto en la manga de su túnica. En noches de lluvia y tormenta iba a mendigar leche en las casas vecinas. Muchos de sus discípulos, considerándole un hombre acabado, se volvieron en contra suya y lo abandonaron. Hakuin no dijo ni una sola palabra.
Mientras tanto, la madre sintió que no podía tolerar la agonía de estar separada de su hijo. Confesó entonces el nombre del verdadero padre y el padre de la joven corrió a ver a Hakuin y se postró ante él rogándole que le perdonara.
Hakuin solo dijo:
-¡Ah!, ¿es así? -y le devolvió el niño-.
Todo lo que la vida trae está bien, absolutamente bien, esta es la cualidad del espejo; nada es bueno, nada es malo, todo es divino. Acepta la vida tal como es.
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