En una ocasión, un maestro paseaba tranquilamente con sus discípulos a los cuales, intentaba enseñarles la ciencia de la meditación y del conocimiento interior. Al internarse por un camino pedregoso, vio que las piedras estaban cubiertas de sangre.
– De quién es esa sangre? -preguntó extrañado.
-Es de Jaime -le respondieron algunos discípulos-. Como no progresa rápido hacia la libertad interior y la paz sublime, se mortifica caminando descalzo por estas piedras.
El maestro hizo llamar a Jaime, que había sido el mejor músico de laúd que jamás él hubo conocido.
-Vamos a ver, querido discípulo -le dijo- Sonaba bien tu laúd si tensabas demasiado las cuerdas?
-Claro que no, maestro. Si las tensaba demasiado el sonido no era bueno y además podían quebrarse-.
-Y veamos, mi fiel discípulo, Sonaban bien si las dejabas sueltas?-
-Peor, maestro, porque entonces se enredaban entre ellas-.
-Y bien, cómo sonaban si no las dejabas ni sueltas ni demasiado tensas?-
-Así debía ser, maestro. ¡Entonces sonaban que era un primor!-
-Pues bien, Jaime, así debe ser el esfuerzo que uno aplica sobre sí mismo, ni débil ni excesivo sino adecuado.
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