Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial.
Después de beber, vio su reflejo en el agua.
Al contemplar su hermosa cornamenta, se sintió orgulloso, pero quedó descontento por sus piernas débiles y finas.
Sumido aún en estos pensamientos, apareció un león que comenzó a perseguirlo. Echó a correr y le ganó una gran distancia, pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas y la del león en su corazón.
Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia que lo salvaba; pero al entrar en el bosque sus cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar, fue atrapado por el león.
A punto de morir, exclamó para sí mismo: —¡Desdichado! Mis pies, que pensaba me traicionaban, eran los que me salvaban, y mis cuernos, en los que ponía toda mi confianza, son los que me pierden.
Moraleja: Muchas veces, aquellos a quienes juzgamos más indiferentes son los que nos dan la mano en los malos momentos, mientras que los que nos adulan ni siquiera se asoman
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