El Maestro siempre permitía que cada cual creciera a su propio ritmo. Que se sepa, nunca pretendió «presionar» a nadie. Y él mismo lo explicaba con la siguiente parábola:
«Una vez, al observar un hombre cómo una mariposa luchaba por salir de su capullo, con demasiada lentitud para su gusto, trató de ayudarla soplando delicadamente.
Y en efecto, el calor de su aliento sirvió par acelerar el proceso.
Pero lo que salió del capullo no fue una mariposa, sino una criatura con las alas destrozadas».
«Cuando se trata de crecer», concluyó el Maestro, «no se puede acelerar el proceso, porque lo único que puede conseguirse es abortarlo».
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