Ahí tienen que una vez llegó un dragón a alguna parte y, apenas puso garras en el suelo, empezó a devorar a la gente que se escondió, se organizó, luchó, resistió pero no pudo hacer nada. Y el dragón se los comió.
Esto tenía sin cuidado al gordo monarca que vivía en su palacio rodeado de jardines y cortesanas bellas que bailaban levantando los labios, secretarios sectarios colgaditos de sus hilos armados con informes que revelan que el dragón, selectivo, asesina a una población económicamente inactiva. No aparece en la cuenta, no hay pedo, rey. Pero cuando al dragón le dio por dormirse en una mina de uranio le apestó el apetito al rey gordo. ¡Maldito! No me toques el tesoro. No se juega con dinero. ¡Guerreros!. Y allá fueron. Helicópteros, aviones, soldados blindados de brillante armadura a la guarida del dragón con la estrategia de la media luna. Ríndete dragón, te tenemos rodeado. Hmm. No hay nada peor que un dragón enojado. Humo, polvo, fuego. ¡Por la patria compañero! Francotirador preparado, granada. Retirada. Retirada repito, este dragón es más cabrón que bonito. Y el dragón se los comió.
Es una maldición, dijo el rey manoteando en la mesa y derramando el café, que vayan allá nuestros hombres de fe. Y allá van. Monjas, obispos, sacerdotes, comisión de contacto, fanáticos varios pero, antes de que pudieran iniciar las negociaciones, antes de que dieran inicio las oraciones el dragón saltó de su agujero. Uuy, qué feo, no hay nada peor que un dragón ateo. Vade retro Vade retro. Padre nuestro. Y el dragón se los comió.
Es tiempo de que usemos la fuerza de la razón, dijo el rey chupándose los labios. A mí todos los sabios. Y allá van. Sistema nacional de investigadores, médicos, brujos, profesores, poetas. A desquitar las becas. Quedó de lado la lucha anti sida, hoy la patria necesita un aerosol dragonicida. Los viejitos amables fabricaron la poción pero resultó ser inflamable. Crujientes, doraditos, el dragón se los comió.
¿Qué vamos a hacer? Pensaba el rey en su jardín de geranios. Ni modo que renuncie a la mina de uranio, uno debe pensar en su vejez. En nombre de la patria y sus deberes el rey convoca a sus mujeres: Compañeras, en nombre de la unión nacional, de cada pueblo y aldea saldrán las más pobres, las más feas, a saciar el apetito del dragón. Ah chingá, chingá. ¿Y tu helado de limón? Las señoras se rascaron la cabeza: a ver, a ver. Eres dueño de la historia, del reloj, del calendario, la mina es tuya, son tuyos los tratados, las proclamas, los soldados, las fronteras, por lo tanto declaramos: También es tuyo el problema.
¡Traicioneras! Gritó el rey pero ya no había soldados, ni hombres de fe, ni sabios que lo protegieran así que fue fácil para las señoras echar al rey a una carreta y llevarlo hasta la guarida del dragón quien pujó, bufó, sudó como si sospechara que se le acercaba a la panza un bocado fino. Y aquí va una última pista: No hay nada peor que un dragón feminista. Ante la mirada regocijada de las mujeres el dragón se lo comió. Y entonces, fue tanto el veneno que se murió.