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David Miranda

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  • EL MONJE PUTERO Y LA MULATA DE CULO RESPINGÓN
    El monje Ismael Beltrán de la Orden de los Capuchinos Descalzos, estaba recogido en su celda una calurosa noche de junio. Y tuvo, a lo que se dice; un calentón. Vamos, que se puso cachondo como todo mortal. Era una noche abierta, de esas donde se ve la luna llena acariciar con su luz mágica el oscuro cielo a las dos de la madrugada.
    El monje Ismael Beltrán es hijo de Dios y de una madre alcohólica mal aventurada, que sólo nacer lo abandonó en un convento puesto en una cesta de mimbre tallada a mano. Y se ve, que con el tiempo eso le sentó muy mal, porque entendió como desinterés y apatía su infortunado destino. Fue dando tumbos a lo largo de su disipada vida para acabar dando sus días a la soledad y a la meditación hasta que se hizo religioso.
    El monje Ismael Beltran esa noche tuvo una trempera. Vamos, que estaba cachondo perdido como un berraco o como un quinceañero a flor de hormonas. Es lo que tienen las noches de verano, que la pasión de la carne y el deseo del cuerpo a veces es débil y alcanza a todos los mortales por muy monje que uno sea. Y como la masturbación compulsiva y viciosa está mal vista entre monjes y religiosos, Ismael decidió en buena hora y mejor momento, el encomendarse al buen hacer y mejor disposición de los servicios de una profesional. O sea; que se fue de putas.
    Saliendo del sagrado templo por la puerta principal abandonó el monasterio en plena madrugada, intentando disimular su figura entre la bruma para no ser visto por nadie. Enfiló el paso hacia la carretera que da a la vía principal de la sierra montañosa, donde luce esplendido un rótulo luminoso con sus lámparas de neón intermitentes, apagándose y encendiéndose para luego volver a comenzar. El Paragüas Rojo, es un club de alterne de carretera y lugar de recogimiento para las almas cachondas y libidinosas. Porque puticlub queda vulgar y parece algo vicioso y un poco calavera.
    Ismael se acercó al Paraguas Rojo para apagar su sed impúdica sin llamar mucho la atención porque no le convenía. Dudó al entrar, pero el deseo le ganó la batalla. Se le sembro la duda por un momento, eso sí. Pero con tantas señoritas y doncellas semidesnudas a la corta distancia de la vista, -todas ellas putas-, no supo a qué carta quedarse ni a qué fuente amamantarse del dulce caldo de la juventud. De repente, apareció una mulata de grandes tetas, con un culo majestuoso y esplendoroso, una cosa muy fina y de anhelo trazado que suele venir con el caliente deseo caribeño. Las mulatas en esto, suelen ser muy agradecidas y cumplidoras y no suelen haber quejas.

    El diablo, – que siempre ronda por estos parajes por ser ente nocturna y anfitrión de momentos cómplices-, estas cosas le dan mucha risa porque está acostumbrado a la vida loca canalla. Aunque en estos casos suele facilitar las cosas para que uno pueda pecar con alegría y mejor disposición. Tampoco es cuestión de ir capando costumbres y culturas. Además, mucha afición a masturbarse se ve que quita salud y hasta dicen que te puedes quedar ciego y todo.
    Ismael, con las prisas, llevaba puesto los hábitos de religioso, cosa que tampoco tiene más importancia ni más glamour que lucir bastamente pantalón de pana y camisa a cuadros, y bien mirado cada cual se engalana y se arropa al gusto. Y tampoco hay que hacer mucho caso al personal, porque esto de las modas es tan subjetivo como mudable y pasajero.
    En el local, sonaba esplendida y maravillosa añorando tiempos pasados, música de los ochenta; Alaska y los Pegamoides. No música Gregoriana ni tampoco Sacra. Colgada del oscuro techo del local, una bola de discoteca de las de antes emitía destellos psicodélicos hacia todas partes con aires de revaival. Parecía como en el espacio exterior, ese lugar donde viven los dioses.
    – ¿Qué te pongo papito? –Le dijo la mulata-
    – ¿Un café puede ser?
    – ¡Mi papito, que ocurrencias!
    – ¡Pecas hija! –dicho así de golpe impresiona-.
    – Cada día padre.
    – Uhm.
    Probablemente un puticlub no sea el mejor sitio para retóricas ni tampoco lugar para el catecismo más ortodoxo.
    La mulata era alta, casi negra como el infinito universo, negra de alma y casi negra de piel de intenso ébano. Porque las almas también tienen color. La mulata estaba, a lo que se dice, como Dios manda.
    Las putas de hoy utilizan preservativos sostenibles porque se preocupan del medio ambiente.

    No hay mejor confesionario ni pecado más guardado que la barra de un puticlub de carretera. Ni penitencia más austera de cumplir, que reparar el daño y la satisfacción en el cobijo de unas grandes y acolchadas tetas. Dios Nuestro Señor, suele perdonar estos momentos de debilidad porque es misericordioso y compasivo. Y considera que el Playboy escondido entre las páginas de la Biblia es vulgar, de poco gusto y falta de respeto.
    La mulata de culo respingón apoyada en el hombro del monje Ismael cantaba por lo bajo: “No me mates con tomate mátame con bacalao”. Mientras, Ismael en sus cantos diarios no pasaba del: Ora et labora, reza y trabaja, Igual, día a día la misma retina acaba cansando y siempre es mejor un desahogo bien parido con un consagrado polvo, aunque sea pagando, que ir metiendo mano a monaguillos y escolapios inocentes. Porque ahí, el diablo sí que es implacable, se suele cabrear mucho y no perdona. Al diablo no le gusta que se abuse de los niños con la excusa del dudoso celibato. Porque para él, o se es de bastos o se es de espadas. O se es un santo o se es un cabrón. Medias tintas no es admisible ni cosa seria.
    La mulata de culo respingón contorneaba sus caderas mientras uno de sus dedos resbalaban por su escultural cuerpo, mientras el contacto de sus carnosos labios se humedecían invitando al beso prohibido. Su trasero invitaba a la mirada y al deseo más intenso y agudo. Era un culo este hecho para la verdadera adoración y veneración, un culo de sabor a caramelo y mermelada.
    Monje y puta suben a la cálida habitación del motel. Ismael Beltran empieza a desnudarse delicadamente, cuelga su hábito en una percha porque es muy ordenado. Se santigua. Se quita también su Cristo de la Buena Muerte que carga su cuello de fe y convicciones. También lleva tatuado en su piel a la altura del pecho, la figura de una mujer enrollada en una serpiente. Se lo hizo cuando estuvo de joven en la Legión -Tercio Duque de Alba-, luego se metió a monje, como aquel que se coloca en la industria o en la orfebrería de la bisutería fina. O igual, se hizo monje para encajar las piezas del puzzle de la vida.
    EL hermano Ismael le paga a la mulata de culo divino su merecido tributo por adelantado, -las putas cobran por adelantado porque no se fían-, el dinero lo llevaba escondido entre unas estampitas de San Gabriel y otra de la Virgen de El Cisne. El misterio y la soledad es lo que tienen, que ayudan al filantrópico y altruista fomentan el ahorro.
    Ismael estaba ya, a lo que se dice, cachondo y excitado y se pone el preservativo, aunque antes de metérsela se santiguó otra vez, más por respeto que por convicción. Hora y media duró el coito, hora y media gimió la mulata que se le escucharan sus gemidos desde tierras caribeñas, y desde los benditos e infinitos cielos fueron oídos como carros de fuego los gemidos y los suspiros de la excitada mulata, que se dejaba llevar por libidinosos vaivenes. Hora y media el monje se dejó llevar por el deseo de la carne y de la vanagloria. Pensando aquello de: no juzguéis y no seréis juzgados.
    – ¡Dios que gusto Padre!
    – Has disfrutado hija mía!
    – Mucho mi papito. Eres el monje más cachondo que he conocido.

    Cuando Ismael acaba el acto de la copulación lúdica, no por amor, sino por el placer de endiñarle al cuerpo, le dice a la mulata mirándola a los ojos:
    – Ahora, tú con los tuyos y yo a mi casa.
    – ¡Ay papito!, no dejes caer en mí a la soledad.
    Ismael enfila camino hacia el monasterio dando patadas a una lata vacía, se enciende un cigarro mientras camina cabizbajo y echa una bocanada de humo casi viciosa, intensa como el incienso. Mientras, en la noche se escucha a la lechuza insomne como se aburre en su sombra nocturna. El arrepentimiento, si es sincero y verdadero bastará con escuchar su tibio lamento. Y meneársela en la celda de un monasterio día tras día acaba aburriendo al más santo de los devotos.
    Amparadas por la discreción de la noche, las luces de neón del cartel del puticlub, seguían parpadeando y señalando como aquella lejana estrella de Belén, donde cientos de almas peregrinan por la carretera nacional camino del puticlub cada día, para acabar pecando cada noche con la cooperación del oscuro y cómplice crepúsculo. El hermano Ismael sabe que la prostitución es el placebo de los pobres de amor y él, sólo quería sentirse vivo por un momento y poner sabor a sus secos labios como el que busca agua nueva en el campo.
    A lo lejos, algunas mulatas cantan aquello de:
    No me mates con tomate,
    mátame con bacalao,
    que el tomate está muy soso
    y a mí me gusta salao.
    Sergio Farras, escritor tremendista.

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