Sé auténtico en tu búsqueda; haz todo lo que puedas por ella. Es la sed por conocer lo original detrás del reflejo, lo que te hace digno del `accidente supremo`. Chiyono iba de un monasterio a otro tomando sannyas,  para hacerse monja. Pero aún los grandes maestros la rechazaban, porque era tan hermosa… los monjes se habrían olvidado de Dios y de todo. Entonces, no hallando ningún camino, ella quemó su rostro, llenó de cicatrices toda su cara. Y entonces se acercó a un maestro. El no podía siquiera reconocer si era un hombre o una mujer. Fue entonces aceptada como monja. Ella estaba tan preparada. Su búsqueda era auténtica. Era digna del accidente, se lo había ganado. Estudió, meditó durante treinta, cuarenta años continuamente. De pronto, una noche … Estaba mirando la luna reflejada en el balde de agua que llevaba. Hasta los reflejos son hermosos, porque reflejan la belleza absoluta. Un auténtico buscador puede ver que el reflejo es tan bello, hay tal música en él, que de él surge el deseo de conocer la fuente. Mientras caminaba iba mirando la luna llena que se reflejaba en el balde de agua. De pronto, las tiras de bambú que sostenían el balde se rompieron y el balde se deshizo. El agua se derramó, el reflejo de la luna desapareció y Chiyono se iluminó. Luego escribió este poema: Por este camino y por este otro
intenté mantener unido al balde,
esperando que el frágil bambú
nunca se rompiera. Súbitamente el fondo se desprendió.
Ya no más agua,
ya no más la luna en el agua,
Sólo el vacío en mi mano.

La iluminación es como un accidente. Pero no me malentiendas, no estoy diciéndote que no hagas nada para llegar a ella. Si no haces nada, ni siquiera el accidente sucederá. Sólo le sucede a aquellos que han trabajado mucho para ella, pero nunca ocurre por lo que ellos hacen, y nunca ocurre sin lo que ellos hacen. Todas tus meditaciones simplemente crearán una propensión al accidente, una invitación, nada más que eso. Prepárate para el accidente, para lo desconocido, dispuesto, aguardando, receptivo. Sin la invitación el invitado nunca vendrá. Sin Agua, Sin Luna
pp. 1-19

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