Que crueles somos con la soledad, unas veces la vestimos de soledad, otras de desgracia.
Unas veces le agradecemos que nos llene de valor, otras le reclamamos que nos llene de impotencia.
Que crueles somos con la soledad, cuando la basamos en nuestro estado de ánimo.
Cuando un día es la primera opción, y al día siguiente un plato de segunda mesa.
Que crueles somos con la soledad, al decirle que no nos deje, pero la venderíamos por un gramo de popularidad.
Que crueles somos con la soledad, cuando somos nosotros mismos, nos agrada de vez en cuando, pero cuando aparentamos ante los demás, la negamos.
Que crueles somos con la soledad, que se tiene que conformar solo con una parte de nosotros, mientras que a otros “estados”, les damos más de lo que podemos dar. Que crueles somos con la soledad, cuando la definimos como abstracta y la utilizamos como concreta, obligándola a usar antifaz.
Que crueles somos con la soledad, cuando la utilizamos como pretexto, y en ocasiones como razón.
Que crueles somos con la soledad, cuando le mentimos.
Que crueles somos con la soledad, cuando le reclamamos frente al espejo, cuando duerme en el alma.
Que crueles somos con la soledad, cuando no nos queremos a nosotros mismos.
Que crueles somos con la soledad, cuando la maquillamos más que a nosotros.
Que crueles somos con nuestra soledad, cuando envidiamos otra soledad.
Que crueles como con la soledad, cuando nos negamos a prestarle nuestro antifaz.
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