El Maestro sentía una fascinación casi pueril por los inventos modernos. Y el día en que por primera vez vio una calculadora de bolsillo apenas podía reponerse de su asombro.

Más tarde, y en un tono muy afable, dijo: “Parece que hay mucha gente que posee una de estas calculadoras, pero no tienen en sus bolsillos nada que merezca la pena calcular”.

Cuando, unas semanas más tarde, un visitante preguntó al Maestro, qué era lo que enseñaba a sus discípulos, el Maestro le respondió:

“Les enseño a establecer correctamente el orden de prioridades: es mejor tener dinero que calcularlo; es mejor tener la experiencia que definirla”.

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